Las 7 formas en que Steve Jobs cambio nuestro mundo.

Mucho se ha escrito en estos meses sobre su vida y su carácter, repletos de claroscuros, pero lo que nadie puede negar es la influencia directa que sus ideas han tenido en el modo en el que todos nos relacionamos hoy en día con la tecnología, la música o el cine. ¿Que no te lo crees? ¿Exagerado? prueba a leer y decide.

1. El primer ordenador personal: El Macintosh

A principios de 1979, Apple se había convertido en una compañía sólida que preparaba su salida a bolsa. El Apple II, evolución de aquel primer equipo que Jobs y Wozniak habían fabricado en un garaje, era todo un éxito de ventas, y el valor de la compañía pronto se auparía hasta los 1.790 millones de dólares. Sin embargo, en la sede de Cupertino había motivos para la preocupación. El Apple III, su sustituto natural, había representado un fiasco total y el nuevo proyecto Lisa parecía más de lo mismo.

Steve Jobs empezó a impacientarse. Deseaba crear un producto «absurdamente genial» y revolucionario que le quitara los pañales a la industria informática (los ordenadores de la época apenas podían mostrar líneas de código sobre una pantalla de fósforo verde y funcionaban a base de complicados comandos). Fue entonces cuando fijó su mirada en el Centro de Investigación de Palo Alto, propiedad de la compañía Xerox. En este laboratorio de ideas se estaba gestando el futuro de la era digital tal y como hoy lo conocemos (interfaz gráfica de usuario, pantalla de mapa de bits, escritorio con ventanas, ratón…) y Jobs lo intuía. En lo que se ha considerado el mayor atraco industrial de la historia, llegó a un acuerdo con los ejecutivos de Xerox para que le dejaran echar un vistazo a lo que estaba sucediendo allí a cambio de acciones de Apple.

Cuando en diciembre de 1979 entró en las instalaciones junto a varios de sus colaboradores, lo que vio dentro le dejó de piedra. Eso era exactamente lo que había estado buscando. Cuatro años más tarde se presentó el Macintosh en sociedad, el primer ordenador realmente personal. 1984 nunca volvería a ser 1984.

El primer ordenador personal: El Macintosh

El primer ordenador personal: El Macintosh

2. Diseño, diseño, diseño

Jobs entendió desde el principio que un diseño cuidado en un mundo de tecnólogos despreocupados por la forma final de sus productos daría a la compañía un carácter distintivo. Para horror de sus ingenieros, insistía en que hasta aquellas partes de un aparato que no podían verse, como la placa base de un Macintosh, debían ser bonitas. «Un ebanista no utiliza madera mala para la parte trasera de una vitrina». Su interés iba más allá de la creación de objetos llamativos. «La mayoría comete el error de pensar que el diseño es el aspecto de algo. El diseño es cómo funciona ese algo», aseguraba.

Jobs fue el primero en entender que la tecnología debía ser fácil de entender, intuitiva y hermosa, y ya en el primer folleto de Apple figuraba una frase que se ha convertido en un mantra para la compañía: «La sencillez es la máxima sofisticación». Steve aplicaba esta filosofía a cada detalle, por nimio que fuera, desde el empaquetado de los productos a la arquitectura de las tiendas. Esta obsesión fue un auténtico quebradero de cabeza para sus empleados (como el día en que, a pocas semanas del lanzamiento del iPhone, decidió modificar por completo su carcasa). En ocasiones, llegaba al paroxismo del absurdo. Cuando su cómplice y responsable de diseño de Apple, Jonathan Ive, le presentó su propuesta de sellar el iPhone 4 por medio de una fina tira de metal, a Jobs le entusiasmó tanto la idea que no prestó atención a los ingenieros que le advertían que daría problemas de cobertura. Ya se sabe: «No somos perfectos, y los teléfonos tampoco».

Diseño, diseño, diseño

Diseño, diseño, diseño

3. La animación digital

A finales de 1985, Jobs fue apeado de la presidencia de Apple y de cualquier cargo ejecutivo en la empresa por el Consejo de Administración. Así pues, se encontró en la calle, con mucho tiempo libre y 100 millones de dólares en el bolsillo. Lanzó su propio superordenador, NeXT, pero el proyecto fue un estrepitoso fracaso. Por aquella época, George Lucas, agobiado por su divorcio, deseaba deshacerse de la división digital de Lucasfilm. Jobs se la compró por cinco millones de dólares con la intención de desarrollar hardware y software. Pero pronto se dio cuenta de su error: el verdadero filón de aquella pequeña compañía llamada Pixar no era el trabajo de sus ingenieros, sino el talento de su equipo de animadores, dirigido por John Lasseter. Pixar llegó a un acuerdo con Disney y, en noviembre de 1995, se estrenó Toy Story. La película recaudó 362 millones de euros.

Toy Story

Toy Story

4. Del iPod al iTunes

Cuando Steve Jobs regresó a Apple, en 1997, la compañía estaba hundida y el mercado de los ordenadores personales languidecía. Jobs se empleó a fondo –con la ayuda de Jony Ive– en renovar toda su gama de computadoras, con productos tan atractivos como el iMac. Pero se dio cuenta de que todas esas bellas máquinas no tendrían futuro si no se convertían en un nuevo centro sobre el que pivotara todo el entretenimiento digital de los consumidores. Así nacieron programas como iMovie, iPhoto, iDVD y, finalmente, iTunes.

El sueño de Jobs, sin embargo, iba más lejos: consistía en crear un entorno cerrado en el que pudiera controlar al 100% la experiencia del usuario. Así que desarrolló su propio reproductor de música, el iPod, un aparato que convirtió a un fabricante de ordenadores en la compañía tecnológica más valiosa del planeta. El éxito del iPod radicaba en su bello diseño, su capacidad –suficiente para unas mil canciones– y su sencilla interfaz de usuario (para las operaciones complicadas ya estaba iTunes).

Para cerrar el círculo, Jobs llegó a acuerdos con las principales compañías discográficas y lanzó su propia tienda musical, iTunes Store, desde la que cualquier usuario podía descargarse canciones a 0,99 dólares. Se dice que el jefe de desarrollo de Windows, al verla, escribió un e-mail a cuatro de sus subordinados con una sola frase: «Nos han barrido».

Del iPod al iTunes

Del iPod al iTunes

5. El iPhone

En 2005, el iPod representaba el 45% de los ingresos de Apple. A Jobs le preocupaba que esas ventas pudieran venirse abajo cuando los fabricantes de móviles incluyeran reproductores de música en el aparato, como ya pasaba con las cámaras digitales. Así que, tras un intento infructuoso de asociarse con Motorola, su conclusión fue clara: «Tenemos que hacerlo nosotros». La pantalla táctil, tal y como la conocemos, no fue la primera opción. Por el contrario, el primer prototipo funcionaba con la clásica rueda del iPod. Fue entonces cuando Jonathan Ive propuso una idea que cambiaría los smartphones para siempre. Su equipo había desarrollado un dispositivo multitáctil para el trackpad del MacBook Pro que podía adaptarse a una tableta (el futuro iPad), aunque nadie estaba seguro de que sirviera para un teléfono. A Jobs le entusiasmó la posibilidad de usarla y, tras seis meses trabajando en ambos prototipos con los nombres en clave de P1 y P2, convocó a sus colaboradores más cercanos para tomar una decisión. Señalando el táctil, les dijo: «Todos sabemos que ésta es la versión que queremos crear, así que hagamos que funcione». Para rizar el rizo, el dúo Jobs-Ive decidió fabricarlo en cristal. Sólo había una empresa capaz de construir un cristal tan resistente como el que necesitaba el iPhone, el Gorilla Glass, pero nunca se había producido en serie. Steve, aplicando su característica técnica de distorsión de la realidad, les convenció de que lo tendrían en seis meses. Acertó de lleno. Tras una carrera contrarreloj, el iPhone fue presentado en la conferencia MacWorld de 2007 en San Francisco. «Hoy vamos a mostrar tres productos revolucionarios», empezó Jobs. «Un iPod de pantalla panorámica con control táctil, un teléfono revolucionario y un aparato de comunicaciones por internet de última generación». Y, tras una pausa dramática, preguntó: «¿Lo entendéis? No son tres dispositivos independientes, son un único aparato y lo vamos a llamar iPhone». En esencia, el iPhone no tenía casi ninguna función inédita, pero era el teléfono más bonito, versátil y fácil de usar que se había visto nunca. Un objeto de deseo. Muchos pronosticaron que su precio de 500 dólares impediría su éxito (entre ellos, Bill Gates). En tres años ya se habían vendido 90 millones de unidades.

El iPhone

El iPhone

6. Las APPs

Una de las principales virtudes del iPhone era que –gracias a su interfaz de usuario, su potente Mac OS X y su memoria de gran capacidad– permitía descargar pequeños programas y utilidades de entretenimiento, información o trabajo para añadirlas a las ya existentes en el teléfono. Apple las bautizó como Apps.

Al igual que había hecho con el negocio de la música, la compañía californiana optó por vender directamente al usuario estas aplicaciones, creadas por miles de desarrolladores en todo el mundo, para después repartir un porcentaje de las ganancias entre sus inventores.

En un ejemplo de la obsesión por el control de Steve Jobs, centralizó su distribución a través de una tienda creada ex profeso en iTunes en julio de 2008, la App Store. De este modo, podía garantizar el nivel de calidad de las Apps, asegurarse de que todas y cada una utilizaban todo el potencial del software del iPhone y, en su caso, censurar aquellas cuyos contenidos fueran ofensivos (incluidas todas las que incluyeran material pornográfico).

El iPad no hizo sino incrementar exponencialmente las cifras de ventas. A mediados de 2011, ya existían 425.000 aplicaciones en la iTunes Store para ambos aparatos (hoy superan el medio millón) y se habían producido 14.000 millones de descargas. La App Store creó una floreciente industria de la nada. Miles de emprendedores en todo el mundo se lanzaron a crear sus aplicaciones, las empresas de capital riesgo habilitaron fondos de inversión dedicados a financiar nuevas ideas y los editores de revistas y libros abrazaron la nueva tecnología como años atrás lo habían hecho las discográficas con la tienda de iTunes. Suma y sigue…

APP Store

APP Store

7. El iPad

El progresiva desplazamiento del ordenador tradicional por parte de otros dispositivos móviles llevó a Steve Jobs a pensar en desarrollar un netbook a principios de 2003. Jonathan Ive, sin embargo, le convenció de lanzar un aparato más ligero, que se pudiera manejar con una mano y que integrase el teclado en una pantalla multitáctil de gran tamaño. El proyecto se paró para dar prioridad al iPhone, pero a finales de 2007 la idea volvió a tomar cuerpo y todo el equipo de Apple se puso a trabajar en una tableta que funcionara sin puntero. Cuando se presentó en enero de 2010, la enorme expectación que había generado el nuevo gadget se transformó en una ola de decepción.

El iPad, finalmente, estaba configurado como un sistema cerrado que ni siquiera permitía al usuario conectar un pincho USB. Al contrario que un Macintosh, era más un lector de contenidos que una máquina al servicio de la creatividad. Y además, por culpa de una vieja disputa de Jobs con Adobe, no leía Flash.

Algunos periodistas especializados llegaron a hablar de un iPhone hinchado con esteroides. Aun así, Apple vendió un millón de iPads en su primer mes de comercialización. El éxito sin precedentes de la tableta la convirtió en el nuevo estándar de la industria y colocó a la empresa californiana, de nuevo, por delante de toda su competencia. El aluvión de nuevas Apps diseñadas para el iPad, incluidas las versiones de los principales diarios, revistas y libros, hicieron el resto. Nueve meses después, las ventas ya ascendían a 15 millones. El rey Midas había vuelto a acertar y sus críticos, nuevamente, se vieron obligados a pasar por el aro.



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